martes, 9 de noviembre de 2010

Obligaciones amorosas vs obligaciones cotidianas, ¿La imposición más que la elección?


Me condené a vivir una relación amorosa difícil, así lo elegí, por el mero hecho de estar completamente enamorado, por esa cuestión insólita que se llama amor, ese capaz de derribar gigantes con una fuerza que mueve montañas. La distancia con la otra mitad de mis pausas en la vida, la mitad que detiene el tiempo y el espacio, es detonadora de cruentas desilusiones y desesperanzas, pero me niego a pensar que ella es una bomba de tiempo, porque en el amor nadie pone una cuenta regresiva, nada degenera lo implícito, lo abstracto de este motor de libido y pasión. Ahora, piso tierra, y caigo en la cuenta que la maquinaria de la cotidianidad está el acecho día a día, segundo a segundo, sin que uno lo note y/o pueda evitarlo. Está lo amoroso que he descrito anteriormente y lo cotidiano que no me detendré a describir. Respondería que la obligación amorosa siempre estará atropellada a la obligación cotidiana, porque esta última no para, no da tregua, no tiene reflexión ni tampoco sopesa lo bueno o malo. Lástima que así gran parte de las mentes prácticas lo piensan, sin duda que yo me ubico en las antípodas de ese pensamiento, sin duda que yo vuelco todo lo anterior, explicando que el amor se vive, el amor implica viajes, mentales como físicos, total la proximidad, sea cercana o lejana, es nula si la disposición a amar está. Ahora, cuando el compromiso con la otra mitad de vivir un viaje físico se suscribe, debería importar todo lo cotidiano, lo duro y pesado que te rodea, NADA. Porque amar significa renunciar, significa ausentarse del mundo y someterse al mundo del amor…

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